
En ocasiones no quedaba muy claro quien era el más humillado si el paciente o el doctor. El médico francés Jean Baptiste Vincent Laborde llenó páginas y páginas con su descripción de una nueva técnica de reanimación que consistía en estirar acompasadamente de la lengua del paciente durante un mínimo de tres horas. (Más tarde inventaría una máquina estira-lenguas que, dotada de un manubrio, hacia la tarea un poco más agradable, aunque no menos tediosa.) Otro galeno francés exhortaba a sus colegas a meterse un dedo del paciente por el oído y tratar de escuchar el zumbido producido por el movimiento reflejo de los músculos.